Érase una vez, un pájaro de fuego con 12 huevos, de los cuales, únicamente, dos, eran huevas, Ámbar (por su color naranja amarillento) e Hidenita (por su color verde amarillento). Estas huevas estaban pegadas la una a la otra, los demás, estaban más dispersos, pues, el nido era, bastante, grande. Ámbar e Hidenita se llevaban muy bien y, aunque tenían el culo de su madre, entre ellas, se daban calor. Pasaron los días y una gran ráfaga de viento, las movió, dispersándolas. Ámbar fue hacia el otro lado del nido y tuvo contacto con otros huevos, quizás más interesantes que Hidenita. No obstante, la ráfaga iba y venía y, aunque solo fuera a veces, coincidían. De todos modos sea por el aire o no, la relación, entre las huevas, cambió. Ámbar decía a Hidenita que eran muy distintas, pues se había dado cuenta de que eran de distintos colores y que si su mamá pájaro no las hubiera expulsado en el mismo lado del nido, quizás, no hubieran sido amigas. Hidenita pensaba que era una tontería, pues lo único que importaba era que eran huevos, redondos y frágiles huevos. Eso era lo que importaba y no el color. Pasaron los días y la distancia entre las dos era cada vez más grande, ya ni se hablaban. Un buen día, en el nido, apareció una serpiente, Scabra, el réptil más temido por ser un voraz comilón de huevos, era grisácea con marcas rómbicas oscuras, tenía unos ojos amarillos y unos colmillos blancos que inspiraban miedo. Se los comió a todos, huevos y huevas, sin dejar ni uno, ni una. Sin prestar la más mínima atención al color o tamaño de aquellos tristes, frágiles y redondos huevos.
Moraleja: podemos ser diferentes en algunos aspectos pero, en el fondo, todos somos personas, siendo, a veces, tristes, frágiles, humanos.
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