Érase una vez,
Chantal, una niña, prácticamente, huérfana. Su madre había muerto hacía 2 años
y su padre viajaba mucho (solo la veía 1 vez al año, para su cumpleaños), razón
por la cual, no pasaba tiempo con ella. Chantal tuvo que quedarse con su tía
que no le daba de comer y sus cuatro primos que le hacían la vida imposible. Un
día, llorando en el patio, se encontró a un sauce llorón, le preguntó porqué
estaba triste y él respondió que era un árbol y nunca podría tener ocasión de
ver a sus hijos, pues al dispersarse las semillas, sus hijos crecerían lejos de
él. Ella, se puso a llorar, también, pues echaba de menos a su madre fallecida
y a su padre viajero. A partir de entonces, se hicieron muy amigos. Cuando la
madrastra no le daba de comer, el sauce pedía los frutos a su amigo manzano y a
su amiga higuera. Chantal se llenaba la barriga cuánto quería. Cuando sus
primos la molestaban, el sauce utilizaba sus ramas y raíces para inmovilizarlos
y huían, aterrados. Con el tiempo, la relación de amistad cambió y se volvió,
más bien, una relación familiar. Chantal empezó a llamarle "papá" y
el sauce, a su vez, "hija". Moraleja: hemos de posicionar a la gente
en nuestra vida, no siempre un padre está en nuestro corazón como un padre... a
veces, un sauce es como un padre y un padre es como un, auténtico, desconocido.
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